lunes, 16 de marzo de 2015

Chapter 6.


   We are not concerned with the very poor. They are unthinkable, and only to be approached but the statistician or the poet. This story deals with gentlefolk, or with those who are obliged to pretend that they are gentlefolk.

   The boy, Leonard Bast, stood at the extreme verge of gentility. He was not in the abyss, but he could see it, and at times people whom he knew had dropped in, and counted no more. He knew that he was poor, and would admit it: he would have died sooner than confess any inferiority to the rich. This may be splendid of him. But he was inferior to most rich people, there is not the least doubt of it. He was not as courteous, nor as lovable, nor as healthy as the rich people, there is no the least doubt of it.  His mind and his body had been alike underfed, because he was poor and because he was modern they were always craving better food. Had he lived some centuries ago, in the brightly coloured civilizations of the past, he would have had a definite status, his rank and his income would have corresponded. But in his days the angel of Democracy had arisen, in shadowing the classed with leathern wings, and proclaiming, “All men are equal-- all men, that is to say who possess the umbrellas” and so he was obliged to assert gentility, lest he slipped into the bass where nothing count, and the statements of Democracy are inaudible.
                                                                                                                E.M Forster, Howards End

lunes, 23 de febrero de 2015

Dime la verdad.

              ¡El lunes! Faltaba casi una semana, pero ¿qué podía hacer sino aceptar con resignación?
   Trató de aturdirse con el trabajo durante aquella semana interminable, leyendo, caminando, yendo al cine. Lo buscaba a Bruno y, aunque ansiaba hablarle de ella, era incapaz hasta de pronunciar su nombre; y como Bruno presentía lo que pasaba por su espíritu, también rehuía el tema y hablaba de otras cosas o de temas generales. Momento en que Martín se animaba a decir algo que también parecía tener un sentido general, perteneciente a ese mundo abstracto y descarnado de las ideas puras, pero que en realidad era la expresión apenas despersonalizada de sus angustias y esperanzas.
    Y así, cuando Bruno le hablaba del absoluto, Martín preguntaba, por ejemplo, si el amor verdadero no era precisamente uno de esos absolutos; pregunta en la cual la palabra "amor", sin embargo, tenía tanto que ver con la empleada por Kant o Hegel como la palabra "catástrofe" con un descarrilamiento o un terremoto, con sus mutilados y muertos, con sus aullidos y su sangre. Bruno respondía que, a su juicio, la calidad del amor que hay entre dos seres que se quieren cambia de un instante a otro, haciéndose de pronto sublime, bajando luego hasta la trivialidad, convirtiéndose más tarde en algo afectuoso y cómodo, para repentinamente convertirse en un odio trágico o destructivo.
—Porque hay veces en que los amantes no se quieren, o en que uno de ellos no quiere al otro, o lo odia, o lo menosprecia. 
   Mientras pensaba en aquella frase que una vez le había dicho Jeannette: "Lamour c'est une personne qui souffre et une autre qui s'enmerde". Y recordaba, observador de desdichados como era, aquella pareja un día en la penumbra de un café, en un rincón solitario, el hombre demacrado, sin afeitar, sufriente, leyendo, releyendo por centésima vez una carta — seguramente de ella—, recriminando, poniendo el absurdo papel de testimonio de vaya a saber qué compromisos o promesas; mientras ella, en los momentos en que él se concentraba encarnizadamente en alguna frase de la carta, miraba el reloj y bostezaba.
    Y como Martín le preguntó si entre dos seres que se quieren no debe ser todo nítido, todo transparente y edificado sobre la verdad, Bruno respondió que la verdad no se puede decir casi nunca cuando se trata de seres humanos, puesto que sólo sirve para producir dolor, tristeza y destrucción. Agregando que siempre había alentado el proyecto ("pero yo soy nada más que eso: un hombre de puros proyectos", agregó sonriendo con tímido sarcasmo), había alentado el proyecto de escribir una novela o una obra de teatro sobre eso: la historia de un muchacho que se propone decir siempre la verdad, siempre, cueste lo que cueste. Desde luego, siembra la destrucción, el horror y la muerte a su paso. Hasta terminar con su propia destrucción, con su propia muerte.
—Entonces hay que mentir—adujo Martín con amargura.
—Digo que no siempre se puede decir la verdad. En rigor, casi nunca.
—¿Mentiras por omisión?
—Algo de eso —replicó Bruno, observándolo de costado, temeroso de herirlo.
—Así que no cree la verdad.
—Creo que la verdad está bien en las matemáticas, en la química, en la filosofía. No es la vida. En la vida es más importante la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza. Además ¿sabemos acaso lo que es la verdad? Si yo le digo que aquel trozo de ventana es azul, digo una verdad. Pero es una verdad parcial, y por lo tanto una especie de mentira. Porque ese trozo de ventana no está solo, está en una casa, en una ciudad, en un paisaje. Está rodeado del gris de ese muro de cemento, del azul claro de este cielo, de aquellas nubes alargadas, de infinitas cosas más. Y si no digo todo, absolutamente todo, estoy mintiendo. Pero decir todo es imposible, aun en este caso de la ventana, de un simple trozo de la realidad física, de la simple realidad física. La realidad es infinita y además infinitamente matizada, y si me olvido de un solo matiz ya estoy mintiendo. Ahora, imagínese lo que es la realidad de los seres humanos, con sus complicaciones y recovecos, contradicciones y además cambiantes. Porque cambia a cada instante que pasa, y lo que éramos hace un momento no lo somos más. ¿Somos, acaso, siempre la misma persona? ¿Tenemos, acaso, siempre los mismos sentimientos? Se puede querer a alguien y de pronto desestimarlo y hasta detestarlo. Y si cuando lo desestimamos cometemos el error de decírselo, eso es una verdad, pero una verdad momentánea, que no será más verdad dentro de una hora o al otro día, o en otras circunstancias. Y en cambio el ser a quien se la decimos creerá que ésa es la verdad, la verdad para siempre y desde siempre. Y se hundirá en la desesperación.
                                                                      Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas

martes, 31 de julio de 2012

Stephen King's back to my life.

Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de encontrar. Son cosas de las que uno se avergüenza, porque las palabras las degradan. Al formular de manera verbal algo que mentalmente parece ilimitado, lo reducimos a tamaño natural. Claro que eso no es todo, ¿verdad? Todo aquelo que consideramos más importante está siempre demasiado cerca de nuestros sentimientos y deseos más recónditos, como marcas hacia un tesoro que los enemigos ansiarán robarnos. Y a veces hacemos revelaciones de este tipo y nos encontramos solo con la mirada extrañada de la gente que no entiende en absoluto lo que hemos contado, ni por qué nos puede parecer tan importante como para que casi se nos quiebre la voz al contarlo. Creo que eso es precisamente lo peor. Que el secreto lo siga siendo, no por falta de un narrador, sino por falta de un oyente comprensivo.